La mañana se hizo presente a través de fuertes rayos sol que
se internaban escurridizos dentro de la habitación. Me había tomado bastante
tiempo reconocer en donde estaba… y con quién.
Me debatía entre bajarme de la cama sin importar que Jay se
despertara, quedarme y hacerle un desayuno igual a los que solía hacerle o
simplemente irme sigilosamente y dejar una nota sobre la mesita ratona.
No tuve tiempo para hacer ninguna de las dos porque cuando
traté de moverme con cuidado, para vestirme y regresar a mi casa, Jay abrió los
ojos y me sonrió radiante.
“Buenos días” musitó con voz rasposa, la que siempre solía tener
en las mañanas. Yo le ofrecí una pequeña sonrisa de lado y cuando traté de
salir de aquel embrollo que eran las sábanas, pude ver la cara de Jay transformándose
de una sonrisa, a una mueca de dolor. “Dios, ¿qué estoy haciendo?” murmuró
mientras pasaba sus manos por su cabello. “Me prometí a mí mismo que no me
metería en tu vida, no quiero hacerlo. ¡Estas casada, Dios!” aun farfullando
palabras para él mismo, tomó mi ropa – la cual había sido colgada
cuidadosamente en el respaldo de la silla que se encontraba en el cuarto – y me
la alcanzó. “Tienes que irte, Camila. Esto no puede volver a pasar ¿me
entiendes? No puede. Nuestra relación ya… ya no es lo mismo que era antes y…
¡no pude volver a pasar!”
“¡¿Dios, Jay, qué demonios está pasando?!” pregunté algo
exaltada. “¡Ni siquiera tuvimos sexo, no es necesario tal alboroto! ¡Actúas
como si dormir conmigo fuera la peor decisión que hubieras podido tomar en toda
tu vida!”
“¡Quizás lo fue!” Exclamó él, y ¿qué demonios estaba pasando
aquí? Porque si mal no recuerdo, era él el que me había rogado que pasemos la noche juntos. Haciendo un sonido
de exasperación, tomé mi ropa y me dirigí al baño, dispuesta a cambiarme lo más
rápido posible.
Los minutos siguientes en los que tomé mi bolso y le pedí
con la mirada que abriera la puerta para dejarme ir, fueron incómodos. Jay me
miraba como si quisiera decir algo pero no pudiera encontrar las palabas
adecuadas para hacerlo. Toda la situación en general había sido confusa y yo
continuaba sin entender qué lo había llevado a tener tal reacción. ¿Acaso me
odiaba por haberle ocultado a nuestro hijo que él era su padre? Tendríamos que
hablar de eso pero… no podía hacerlo, no después de todo lo que había pasado la
noche anterior.
“Camila yo…” comenzó, pero se detuvo a la mitad de la
oración, como si buscara algo mejor que decir “Solo… lo siento, ¿sí? Dormir
contigo no… fue la peor decisión. Necesito… necesito tiempo.” Suspiré mientras
asentía con mi cabeza y di un paso fuera de la habitación.
No voy a mentir y decir que no estaba esperando que me fuera
a buscar y me dijera que aún me amaba, pero estaba casi segura – 100% segura –
de que eso no iba a ocurrir, así que ¿por qué seguir ilusionada?
Metí las llaves en el arranque del auto y conduje hasta la
casa en silencio. Todavía tendría que enfrentarme con Max y esta vez trataría
de resolverlo. Si Jay no quería estar conmigo porque yo ‘’estaba casada’’
entonces tendría que actuar como una esposa y tratar de resolver las cosas con
mi marido.
La puerta de entrada crujió cuando la abrí. Max se
encontraba en el sofá, leyendo lo que parecía ser un periódico.
“Michael está en su habitación, aún duerme. La madre del
marine-Maureen lo trajo hace unos
minutos.” Asentí con mi cabeza y tomé asiento a su lado. Él suspiró
profundamente “¿Pasaste la noche con él?” me preguntó, y yo ya estaba
comenzando a sentirme irritada. ¿Con qué derecho iba a cuestionar con quién
pasaba o no la noche cuando él me había engañado en mi propio hogar? “No te
culpo, si yo fuera tú también querría divorciarme. Solo… te pido que lo
consideres. Sé que… a veces soy un idiota, no, no, no ruedes los ojos, tienes
razón, soy siempre un idiota, pero quiero cambiar. Cuando te vi en esa puerta
yo…espera, tengo algo para ti.” Fruncí el entrecejo y esperé mientras Max se
paraba e iba escaleras arriba. De manera acelerada bajó y me entregó un pequeño
paquete, envuelto como un regalo. “Me sentía una mierda y sentía que no podía
disculparme sin darte algo”
Mientras abría el paquete, mi corazón se aceleraba. Un
hermoso collar se encontraba dentro de un estuche de gamuza roja. El pequeño
dije tenía forma de corazón, y era brillante pero discreto. Con una sonrisa, lo
miré directo a los ojos.
“Max, esto es hermoso” le comenté. Parándome, Max tomó el
collar y se decidió a ponérmelo. Acariciando la piel de mi espalda con sus
frías manos.
“Estoy feliz de que te haya gustado-” Iba a continuar, pero
antes de que pudiera desperdiciar sus palabras, lo detuve.Cambiando mi sonrisa cínica por una mirada fría, le respondí.
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