6 de marzo de 2014

Personal Soldier - Capítulo 11

La mañana se hizo presente a través de fuertes rayos sol que se internaban escurridizos dentro de la habitación. Me había tomado bastante tiempo reconocer en donde estaba… y con quién.

Me debatía entre bajarme de la cama sin importar que Jay se despertara, quedarme y hacerle un desayuno igual a los que solía hacerle o simplemente irme sigilosamente y dejar una nota sobre la mesita ratona.

No tuve tiempo para hacer ninguna de las dos porque cuando traté de moverme con cuidado, para vestirme y regresar a mi casa, Jay abrió los ojos y me sonrió radiante.

“Buenos días” musitó con voz rasposa, la que siempre solía tener en las mañanas. Yo le ofrecí una pequeña sonrisa de lado y cuando traté de salir de aquel embrollo que eran las sábanas, pude ver la cara de Jay transformándose de una sonrisa, a una mueca de dolor. “Dios, ¿qué estoy haciendo?” murmuró mientras pasaba sus manos por su cabello. “Me prometí a mí mismo que no me metería en tu vida, no quiero hacerlo. ¡Estas casada, Dios!” aun farfullando palabras para él mismo, tomó mi ropa – la cual había sido colgada cuidadosamente en el respaldo de la silla que se encontraba en el cuarto – y me la alcanzó. “Tienes que irte, Camila. Esto no puede volver a pasar ¿me entiendes? No puede. Nuestra relación ya… ya no es lo mismo que era antes y… ¡no pude volver a pasar!”

“¡¿Dios, Jay, qué demonios está pasando?!” pregunté algo exaltada. “¡Ni siquiera tuvimos sexo, no es necesario tal alboroto! ¡Actúas como si dormir conmigo fuera la peor decisión que hubieras podido tomar en toda tu vida!”

“¡Quizás lo fue!” Exclamó él, y ¿qué demonios estaba pasando aquí? Porque si mal no recuerdo, era él el que me había rogado que pasemos la noche juntos. Haciendo un sonido de exasperación, tomé mi ropa y me dirigí al baño, dispuesta a cambiarme lo más rápido posible.

Los minutos siguientes en los que tomé mi bolso y le pedí con la mirada que abriera la puerta para dejarme ir, fueron incómodos. Jay me miraba como si quisiera decir algo pero no pudiera encontrar las palabas adecuadas para hacerlo. Toda la situación en general había sido confusa y yo continuaba sin entender qué lo había llevado a tener tal reacción. ¿Acaso me odiaba por haberle ocultado a nuestro hijo que él era su padre? Tendríamos que hablar de eso pero… no podía hacerlo, no después de todo lo que había pasado la noche anterior.

“Camila yo…” comenzó, pero se detuvo a la mitad de la oración, como si buscara algo mejor que decir “Solo… lo siento, ¿sí? Dormir contigo no… fue la peor decisión. Necesito… necesito tiempo.” Suspiré mientras asentía con mi cabeza y di un paso fuera de la habitación.

No voy a mentir y decir que no estaba esperando que me fuera a buscar y me dijera que aún me amaba, pero estaba casi segura – 100% segura – de que eso no iba a ocurrir, así que ¿por qué seguir ilusionada?

Metí las llaves en el arranque del auto y conduje hasta la casa en silencio. Todavía tendría que enfrentarme con Max y esta vez trataría de resolverlo. Si Jay no quería estar conmigo porque yo ‘’estaba casada’’ entonces tendría que actuar como una esposa y tratar de resolver las cosas con mi marido.

La puerta de entrada crujió cuando la abrí. Max se encontraba en el sofá, leyendo lo que parecía ser un periódico.

“Michael está en su habitación, aún duerme. La madre del marine-Maureen lo trajo hace unos minutos.” Asentí con mi cabeza y tomé asiento a su lado. Él suspiró profundamente “¿Pasaste la noche con él?” me preguntó, y yo ya estaba comenzando a sentirme irritada. ¿Con qué derecho iba a cuestionar con quién pasaba o no la noche cuando él me había engañado en mi propio hogar? “No te culpo, si yo fuera tú también querría divorciarme. Solo… te pido que lo consideres. Sé que… a veces soy un idiota, no, no, no ruedes los ojos, tienes razón, soy siempre un idiota, pero quiero cambiar. Cuando te vi en esa puerta yo…espera, tengo algo para ti.” Fruncí el entrecejo y esperé mientras Max se paraba e iba escaleras arriba. De manera acelerada bajó y me entregó un pequeño paquete, envuelto como un regalo. “Me sentía una mierda y sentía que no podía disculparme sin darte algo”

Mientras abría el paquete, mi corazón se aceleraba. Un hermoso collar se encontraba dentro de un estuche de gamuza roja. El pequeño dije tenía forma de corazón, y era brillante pero discreto. Con una sonrisa, lo miré directo a los ojos.

“Max, esto es hermoso” le comenté. Parándome, Max tomó el collar y se decidió a ponérmelo. Acariciando la piel de mi espalda con sus frías manos.

“Estoy feliz de que te haya gustado-” Iba a continuar, pero antes de que pudiera desperdiciar sus palabras, lo detuve.Cambiando mi sonrisa cínica por una mirada fría, le respondí.

"No pienses por un segundo que esto va a arreglarlo todo”con filo en mis palabras, y subí las escaleras para chequear a Michael.

23 de diciembre de 2012

Personal Soldier: Capítulo 10


La noche había llegado. Mike estaba utilizando una camisa a cuadrillé de colores celeste, negro y gris. Un pantaloncito negro y zapatillas a juego. Él había elegido toda su ropa.

- Wow – atiné a decir cuando lo vi bajar las escaleras – Te ves precioso, Michael.

- ¡Ay, mamá! – exclamó con las mejillas rojas, y fue corriendo a la puerta, esperando a que la abra.

Ni bien cerré la puerta coloqué las llaves en mi bolso y salimos. Estaba nerviosa, más que eso, estaba eufórica.

Era extraño lo que sentía. Quería verlo, claramente quería verlo, pero al mismo tiempo no podía permitir que él estuviera allí. ¿Cómo se lo explicaría a Mike?

Conduje en silencio hasta la casa de Maureen, quién nos recibió con un cálido y largo abrazo. Miré dentro de la casa. Era espaciosa y muy bonita. Pese a su gran tamaño, daba la sensación de ser un hogar acogedor
.
Mientras Michael y yo mirábamos dibujos animados, Maureen me llamó y dijo que necesitaba mi ayuda en la cocina. Dejando un beso sobre la cabeza de mi hijo, me paré y dirigí mis pasos hacia allí.

Mi cerebro comenzó a maquinar cien mil maneras de escapar de esa conversación incómoda que seguramente tendríamos, pero ninguna parecía lo suficientemente buena como para no ser descartada. “Inútil cerebro” pensé para mí misma.

Cuando abrí la puerta, me encontré con una versión de Maureen muy diferente a la que me imaginé. Se encontraba sentada en una silla, con las manos sobre su rostro y el cuerpo rígido como roca.

- ¿Me necesitaba? – pregunté cordialmente, y ella levantó la cabeza.

- En realidad, querida, necesitamos hablar – su cuerpo abandonó la silla y comenzó a pasearse por la cocina, como si quisiera encontrar las palabras adecuadas para decir – Tienes que decirle a Mike que Jay está vivo.

- Lo sé, lo sé. Créame que lo sé. Voy a hacerlo, pero no ahora. Simplemente deme algo de tiempo. – contesté precipitadamente, tomando poco aire entre palabra y palabra.

- Si no lo haces pronto, Jay lo hará por ti. No sabes lo que está sufriendo. Necesita ver a su hijo, Camila – respondió ella severa, pero a su vez con una tierna mirada en los ojos.

- ¡No! – exclamé – ¡No puede decírselo! ¡Y si lo hace, tiene que hacerlo conmigo! ¡Tenemos que estar juntos en ese momento! – estaba a punto de colapsar. Sentía mi pulso acelerado.

- Calma, Camila. Dios mío – dijo ella estrechándome entre sus brazos – Era simplemente una forma de decir, él jamás haría algo que tú no quieras.

- Jay, ¿dónde está? ¿Dónde se hospeda? Necesito hablar con él pronto – la cara de mi suegra se contrajo, no estaba muy segura si responder a esa pregunta – Prometo no hacer nada de lo que luego me arrepienta – le aseguré.

- Está en el hotel Cleveland. Habitación 102. Estaba viviendo aquí pero cuando se enteró que traería a Mike armó sus maletas y se fue enfurecido. No sé si será capaz de perdonarte el hecho de que jamás le hayas mostrado una foto de él…

Lentamente, se fue instalando un nudo en mi garganta que me dificultaba respirar. Y una sensación de pena invadió todo mi cuerpo. Había sido mala madre y mala esposa. ¡Debía haberle hecho frente a mis sentimientos y mostrarle una foto a Michael! Pero no, fuí tan cobarde que no quise desenterrar el pasado. Tenía asco de mí misma. Últimamente tenía asco de todo.

- ¡Má! ¡Abue! ¡Tengo hambréeeeeeeeeeeeee! – gritó Mike desde el comedor, y se echó a reir.

Yo, por mi parte, salí de la cocina algo aturdida. Maureen, salió intacta, como si la conversación no hubiera tenido lugar. Sonriendo con sus estupendos dientes blancos. Era una mujer destacable. Su hijo había ‘’muerto” y ella jamás se dejó vencer por la depresión y el dolor. La admiraba, quería ser como ella.

La cena transcurrió de maravillas. Habíamos comido ravioles caseros y eran deliciosos. De postre, helado de menta, mi favorito.

Mientras transcurría la hora, me ofrecí a lavar los platos y demás chucherías que habían quedado sobre la mesa. Lo hice de forma silenciosa. Estos últimos tiempos, todo lo hacía así. No tenía ganas de hablar ni cantar.

Tomé mi bolso, mi celular y, no sin antes abrazar fuertemente a Mike, partí hacia mi hogar. El pequeño me había rogado aproximadamente 20 minutos seguidos que lo dejara quedarse a dormir ya que su abuela se iría a la tarde del día siguiente. No iba a estar presente en su cumpleaños ya que tenía pactado un viaje y no podía cambiar la fecha. Para compensarlo, había organizado esta cena.

Al principio, Mike no estaba muy contento, pero luego de hablarlo accedió, y hoy se la había pasado genial. Ese niño amaba estar con su abuela.



Conduje a casa concentrada únicamente en el camino. Mis pensamientos divagaban por el espacio en mi cabeza, que empezaba a doler. “Algunos dicen que si se piensa demasiado, el cerebro puede explotar” me decía siempre Jay cuando sobreanalizaba alguna situación, y nunca fallaba en hacerme reír y despreocuparme un poco.

Guardé el auto en el garaje, y dirigí mis pasos hacia la cocina. Quería tomar una aspirina, algo de agua e irme directamente a la cama… corrección, directamente al sofá.

Desde que Max y yo habíamos peleado, había instalado mi cama en el sofá. No pensaba compartir la cama con un hombre como aquél. Era gracioso porque pese a que el sofá era incómodo, me sentía más a gusto en él. Sentía que fingía menos, que no estaba tratando de vivir un amor que nunca sería.

Mientras caminaba en la completa oscuridad que era mi casa, tratando de no toparme con los muebles, oí un ruido escaleras arriba. Las subí agarrada de la barandilla procurando no caerme, y oí con mayor claridad. Era un ruido bastante reconocible.

- Hola, Maxie, ¿cómo te la estás pasando? ¿Y tú, Jennifer? De seguro desfrutas del sexo duro y sin sentimientos, o al menos eso expresa tu cara – dije fríamente, pero a la vez, enfurecida. Lo había atrapado en el acto.

Cerré la puerta de NUESTRA habitación y seguí a mi instinto. Sin saber muy bien por qué, mis pies me dirigieron al auto. Abrí el portón, y apreté reversa para salir de una vez de esa maldita casa.

Afuera llovía como si el mundo estuviera a punto de acabarse, con suerte si veía el camino. Apreté el acelerador. Actuaba de forma inconsciente. Y cuando por fin frené en algún lugar, estaba en el estacionamiento de un hotel.

El hotel Cleveland, y me encontraba apretando el botón del ascensor para subir al departamento 102.

“¡Bravo, eh! Eres una idiota” me insulté a mí misma. ¿Qué hacía ahí y por qué razón no quería irme? ¿Por qué no me detuve? En vez de eso, toqué la puerta frenéticamente, entrando en un estado deplorable.

Un río de lágrimas recorría mi rostro cuando Jay abrió la puerta semidesnudo y me abrazó con todas sus fuerzas.

- Lo vi, Jay. A Max, con otra mujer. Nunca lo había visto antes… bueno, en realidad sí pero nunca teniendo… ¡No sé qué hacer! – expresé finalmente y continué llorando sobre su pecho.

El calor que emitía su cuerpo me decía que había estado durmiendo y que mis golpeteos lo habían despertado. Inútilmente trataba de calmarme acariciando mi espalda, lo que ponía todos mis sentidos alerta.  
Intentó cerrar la puerta, pero no lo logró, por lo cual me despegué de él para permitirle hacerlo.

Aquel fue el momento en el que me di cuenta de que estaba en la habitación de Jay, él tenía los pantalones sin abrochar a punto de caerse de sus caderas y su torso estaba desnudo. Pasó las manos por sus ojos y su cabello y me miró detenidamente.

- Estas… estas empapada – me dijo con una voz áspera que reconocí. Era la misma voz que tenía por las mañanas – y es la 1:30 de la mañana. ¿Qué ha pasado? – me preguntó y tomó mi mano para que me sentara en una silla que allí había. Él se sentó a mi lado.

- Max me engaña, Jay.  Y eso ya lo sabía, lo que me ha afectado tanto es que lo haya hecho… en nuestra cama. En el lugar a donde hemos dormido juntos todo este tiempo – Jay cerró los ojos.

- ¿Podrías no recordarme eso? – yo reí, él también. Mis ojos se clavaron en su pecho desnudo. En la forma en la que una de las gotas que se escurrieron de mi cabello, viajaba por toda su contextura, recorriendo sus abdominales - ¿Disculpa, te distrae demasiado? Porque puedo ponerme una playera si lo necesitas – mis mejillas se pusieron totalmente rojas mientras él reía ampliamente. Siempre había tenido buen humor, incluso aunque lo despertara del sueño.

- No necesito que te tapes – le contesté yo, mordiéndome el labio inferior mientras sonreía – Lo que necesito es que me dejes quedarme aquí – en sus ojos apareció la duda. Su mandíbula se tensó y comenzó a jugar nerviosamente con sus manos – Olvídalo, Jay. Puedo ir a lo de tu madre, Mike está durmiendo allí – había comenzado a caminar hacia la puerta cuando él se levantó.

- ¡No, quédate! – tiró de mi brazo evitando que me fuera – Pasemos la noche juntos – puedo jurar que mi corazón se paró por un instante, aunque sé que eso sería físicamente imposible. La respiración se me aceleró y un calor comenzó a subir desde mis pies hasta mi cabeza – Quiero decir, tú duermes en mi cama y yo puedo tirarme en un pequeño sofá.

- Enséñame tu cuarto – le ordené, y él no pudo evitar sonreír de lado, captando el doble sentido de la oración.

Pese a que fuera algo decepcionante el hecho de no dormir con él, era lo más cerca que habíamos estado desde su desaparición. Dormiríamos juntos, en la misma habitación, por lo menos.

- Debería darte algo de ropa seca, estas empapada. Buscaré también una toalla para tu pelo.

Ni bien dijo esto, se marchó a buscar una toalla y yo, me quedé sola en la habitación. La recorrí con mis ojos y me concentré en la chaqueta de cuero que se encontraba a los pies de la cama en la que estaba sentada. La tomé e inspiré fuertemente su perfume. Así debía oler el cielo. Era una esencia que olía a perfume y a virilidad. Era masculina y me aceleraba el pulso el simple hecho de sentirla otra vez. 

Dejé la chaqueta en su lugar justo cuando Jay entró al cuarto con una toalla. Me la entregó y se dirigió a rebuscar en su bolso algo para darme. Los músculos de su espalda se movían mientras él buscaba una remera para reemplazar la que yo tenía puesta.

- Bingo – musitó y me sacó de mi embelesamiento – No es mucho pero algo es algo,  y al menos está seca.

Con una sonrisa me entregó la remera y un pantalón corto. Estaba a punto de irse del cuarto cuando lo detuve.

- No tienes que irte, simplemente alcanza con darte vuelta – él asintió volviendo a tragar saliva y se volteó.

Me saqué la ropa totalmente mojada y de reojo, pude ver cómo me observaba. Sentía su mirada paseando por todo mi cuerpo. Soltó un pequeño suspiro.

- Ya puedes darte vuelta – dije, aunque sabía que no iba a tener que moverse un centímetro – Creo que no voy a necesitar estos pantalones, la camiseta tapa lo suficiente – Él rió.

- Siempre has sido así de pequeña.

- ¡Oye! – exclamé y revoleé los pantalones a su cara – Ubícate – le dije enojada. Aunque realmente ambos sabíamos que estaba bromeando – Jay, voy a dormir en el sofá y tú dormirás en tu propia cama, me he vuelto buena en esto.

- ¿En dormir en sofás? – dijo sin comprender.

- ¿En dónde crees que he dormido últimamente? Pelee con Max hace algunos días y no pensaba compartir la cama con él, así que me instalé en mi sala de estar.

Repentinamente se acercó a abrazarme, posando su barbilla en mi cabeza.

- ¿Entiendes por qué quiero estar contigo ahora? – Él tomó mi mentón con su mano, haciendo que lo mirara a los ojos y depositó un suave beso en mi frente como despedida.

Sorprendida como estaba, armé mi cama en el pequeño sofá y cerré rápidamente los ojos. Estaba muy, muy cansada, pero sin embargo mi corazón latía a mil por segundo, y esa sensación de calor todavía estaba en mi cuerpo. ¡Parecía una adolescente hormonal, joder! Sin darme cuenta, me dormí.

Un grito fue lo que me despertó en la madrugada, a eso de las 4:00 am. Pude ver que Jay estaba sentado en su cama, su pecho subía  y bajaba frenéticamente y por su frente rodaban gotas de sudor.

- ¿Estás bien? – dije preocupada levantándome y sentándome junto a él.

- Solo ha sido una pesadilla, vuelve a dormir, Cami – dijo sonriendo, tratando de calmarme. Estaba yo más asustada que él.

Durante el lapso de media hora, mi cerebro debatía entre dos cosas. Giré, tratando de dormir de lado. Miré el techo, tratando de aburrirme tanto que eventualmente me dormiría. Aplasté mi cabeza con la almohada pero nada funcionaba, por eso elegí hacer lo que quería hacer, y no lo que debía.

A paso sigiloso, ingresé mi cuerpo en la cálida cama de Jay, procurando no despertarlo. Él, al notar los movimientos, abrió un poco los ojos, encontrándose con mi anatomía ocupando un trozo de su cama. Sin negarse, se acopló conmigo, como si estuviéramos hechos el uno para el otro, y pasó su brazo por mi cintura, pegándome a su cuerpo, que emanaba su perfume.

Personal Soldier: Capítulo 9.


Mal.

Era la única palabra que describía como había estado últimamente. Mi vida se había vuelto una locura sin solución, y las cosas se estaban saliendo de mis manos. Tenía solamente 26 años, ¿cómo se suponía que iba a poder manejar esto? Tenía un pequeño hijo que cuidar, no podía permitirme entrar en alguna clase de depresión estúpida.

En una semana sería el cumpleaños de Michael por lo cual estaba doblemente estresada. Organizar una fiesta de cumpleaños es bastante horrible cuando no tienes ganas de levantarte por las mañanas.

Cuando me casé con Max, él me había prometido que yo no tendría que trabajar, que él nos mantendría a los dos, pero seriamente estaba pensando en conseguir un trabajo, aunque sea algo pequeño, porque el simple hecho de estar todo el día en la casa me asfixiaba.

El único momento en el que me sentía bien era cuando escuchaba la adorable voz de Mike llamándome escaleras abajo, anunciando que había vuelto del colegio.



El día Martes comenzó – al igual que todos los demás – bastante horrible. El dueño del lugar en donde se realizaría el cumpleaños había llamado, alegando que necesitaba la presencia de alguno de nosotros cuando colocaran las mesas. Yo me ofrecí pero él dijo que debía ser Max el que presenciara el acomodamiento del lugar dado que la reserva estaba a su nombre.

De mala manera me dirigí al baño. Me delineé los ojos, coloqué algo de máscara en mis pestañas y solté mi cabello. Luego, elegí mi ropa más abrigada y salí hacia las frías calles de Londres. Jeans ajustados pero no demasiado, botas al estilo de polista y un cómodo sweater de lana color crema, acompañado por un abrigo camel que llegaba casi hasta mis rodillas.

Había decidido caminar para respirar un poco de aire fresco, y además para despejarme, lo cual falló miserablemente. Caminar el silencio me daba la ambientación perfecta como para destruirme a mí misma solo con pensamientos.

Cuando llegué al edificio mi nariz estaba algo roja y mi pelo algo despeinado. Subí el ascensor y marqué el piso 4. Me había jurado varias veces que no volvería a ese sitio, después de encontrar a Max con una de sus secretarias, sin embargo esto era importante. No lo hacía por mí, sino por mi hijo.

Cuando llegué, toqué la puerta deliberadamente. Una muchacha rubia, que nunca había visto antes, me abrió.

- Hola, mi nombre es Jennifer, ¿Qué necesita? – preguntó con fingida amabilidad, dando el discurso que debía darle a toda la gente que tocaba la puerta de Sr. George.

- Hola, Jennifer. Mi nombre es Camila, soy la esposa de Max – dentro del pequeño cerebro de Jennifer, miles de pensamientos se estaban acumulando. Podía verlo por la forma en la que me observaba – Necesitaría hablar con él – concluí mientras ella tragaba saliva y me abría la puerta, dejándome ingresar.

Cuando Max me vio allí, sus ojos se abrieron como platos. Soltó la pila de papeles que tenía en sus brazos y me miró seriamente. Mi corazón se aceleró. Su mirada, esa forma de clavarle los ojos a la gente como si se tratara de trozos de carne sin vida, me ponía los pelos de punta.

- ¿Qué haces aquí? – preguntó acercándose a mí.

- Ne… Necesito que me ayudes – ni bien pronuncié aquellas palabras me arrepentí totalmente. ¿Yo pidiéndole ayuda a Max George? Oh no – Bah, no es ayuda. Necesito que llames a Lighthouse y les digas que tengo permiso para organizar el orden de las mesas y demás cosas. Te necesitan y sé que estás trabajando.

- Perfecto. Ahora mismo lo hago. ¿Puedes irte ya? Jennifer puede acompañarte a la puerta – miró a la joven y le sonrió.

En ese mismo instante comprendí todo. Jennifer era una de las nuevas recepcionistas. Rubia, alta, delgada, con la piel perfecta, ojos verdes que iluminarían todo el lugar aunque no hubiera luz y acompañados por un buen par de pestañas falsas. Era otra de las amantes de Max, probablemente.

Me retiré sin decir una palabra y con un simple gesto rechacé la compañía de Jenni, como lo había escuchado llamarla cuando puse un pie fuera de su estúpida y mal decorada oficina.

Bajé con el elevador, crucé el hall del edificio y me largué lo más rápido que pude, sintiendo como mi autoestima rozaba cada vez más el piso.

¿Cómo era posible que Max viviera así? ¿Acaso no tenía remordimiento cuando se acostaba con todas y cada una de las mujeres de su estudio? Me daba asco. No, asco no, me repugnaba. Definitivamente lo odiaba y estaba segura que era uno de los peores hombres parados sobre el planeta tierra – en realidad  no lo es, pero así se sentía –

Miré el reloj. 11:00 am. Todavía faltaban 4 horas para que Mike saliera del colegio, pero tampoco quería volver a casa. Por esa razón elegí hacer lo que más me gustaba hacer cuando estaba enojada con Max.

Reventar sus tarjetas de crédito.

¿Infantil, no? Pero me hacía sentir totalmente liberada. Fui al centro comercial más cercano y me decidí a comprar todo lo que me pareciera lindo.

Unos bellos zapatos negros con un taco ligeramente alto de Louboutin. Un vestido Dolce & Gabbana que hacía juego con un par de aros, una hermosa cartera de cuero marrón de Louis Vuitton y un perfume Chanel N° 5. ¡Oh, y como olvidar mis maravillosos anteojos de sol Dior!

Llegué a casa exhausta. Coloqué todas las bolsas en el piso y me senté un momento en mi cama. Había olvidado por qué había dejado de hacer esta clase de compras compulsivas, y era por el remordimiento  y la vergüenza hacia mí misma que sentía. Yo no era así, pero no encontraba mejor forma de sacarle provecho a mi espantoso matrimonio. ¿Si Max tenía dinero, por qué no gastarlo?

Silenciosamente guardé mis nuevas compras en el armario. Me coloqué mis anteojos nuevos, ya que el sol había empezado a brillar y salí a buscar a Mike al colegio.

Se alegró mucho de verme allí, ya que estaba acostumbrado a que el autobús escolar lo fuera a buscar  y lo dejara en la puerta de casa. Corrió hacia mí y me abrazó.

- Lindos lentes, má – comentó con una pequeña sonrisa de costado y yo le acaricié los rulos.

- Gracias, Mike, me alegra que te gusten.

El pequeño rio y comenzó a contarme con un entusiasmo maravilloso todo lo que había hecho en el colegio. También nombró lo feliz que estaba de ir a cenar hoy con la abuela…

- ¡La cena con la abuela! – grité en voz alta y pude sentir la mano de Mike sobresaltarse entre la mía.

- ¿Lo habías olvidado? – preguntó risueño y yo asentí.

Me entraron unas repentinas ganas de llorar. ¿Cómo iba a explicarle a Mike que Jay estaba viviendo con su abuela? Aunque a lo mejor no se había instalado allí, quizás simplemente se había instalado en un hotel.

Mi corazón comenzó a latir tan rápido que pensé que se saldría de mi cuerpo.

Cuando llegamos a casa, le hice cereales con leche a Mike, que decía que tenía tanta hambre que sería capaz de comerse a un toro. Antes de terminarse el tazón, estaba dormido en el sofá. Había hecho demasiadas cosas en el colegio.

Lo tapé con una manta y me quedé observándolo dormir, tan parecido a su padre, con unas pequeñas pequitas en sus mejillas.

¿Cómo haría para explicarle todo? ¿Cuándo lo haría? Lo único que deseaba era que eso no arruinara la maravillosa relación que teníamos.

No quería perderlo de la misma forma en la que había perdido a su padre y me había perdido a mí misma.

17 de diciembre de 2012

Personal Soldier: Capítulo 8


- Esto se está tornando difícil – dijo luego de un pequeño silencio.

- ¿Qué cosa? – pregunté. Suspiró y pasó las manos por su cabello rizado.

- Me dije a mi mismo que trataría de no interferir en tu vida, que intentaría no cruzarme contigo para… no hacer todo más complicado. Y mira, he salido solo dos veces y en la segunda ya estoy aquí, tomando un té junto a ti, con unas ganas sobrehumanas de decirte que me muero por volver a besarte, me muero por estrecharte bajo mis sábanas y hacer que te olvides hasta de tu nombre – le dio un sorbo a su té y me miró detalladamente. Mi mano estaba peligrosamente cerca de la suya, rápidamente la alejó.  – Quizás no debería estar aquí, creo que debo irme –antes de que pudiera decir una palabra más, me adelanté.

- No, tú debías estar aquí. ¿Cuáles eran las posibilidades de que ambos nos cruzáramos en el mismo café? Eso es porque yo estaba pensando en ti y tú… tú también pensabas en mí. Y elegimos este lugar – él se paró. Yo dejé el dinero del té sobre la mesa y fui tras él. A mitad de cuadra lo detuve.

- Camila – me espetó, y me sostuvo fuertemente – No pienses que no quiero esto, es más hasta creo que lo quiero más que tú. He pasado cada minuto prisionero en ese estúpido barco, pensando en ti, en Michael, pero él ni siquiera me reconoce. No puedes pedirme que acepte eso. Tampoco puedes pedirme que volvamos a estar juntos, que olvidemos todo lo que hemos vivido durante el tiempo que estuvimos separados y simplemente estemos juntos de vuelta. He visto cosas, he vivido cosas. Tengo pesadillas todas las noches y cuándo me despierto, te busco y no estás. Pero no es fácil. Vuelve con Max, elimíname de tu vida. Es más cómodo así. Yo ya estoy roto.

- Pero quiero arreglarte – le susurré, apoyando mi frente en su pecho. El nudo en mi garganta se convirtió en un torbellino, arrasando con todo lo que estuviera a su paso. Las lágrimas brotaron de mis ojos sin mi permiso y Jay, en un débil intento de consolarme, apoyó sus labios en mi cabeza, dejando un dulce beso.

- Me pregunto si alguna vez sabré reconfortarte cuando lloras – dijo, aludiendo a lo que siempre me decía, que era inútil al momento de ayudar a una mujer que llora.

- Solo continua abrazándome y calla – musité yo, y él volvió a reir.



Cuando llegué a casa, me encontré con una imagen adorablemente falsa. Es decir, aquella imagen era real, pero los sentimientos no.

Mike se encontraba sobre el regazo de Max, él, por su parte, sostenía un libro y leía atentamente.

- Oh, aquí estas – dijo - ¿Seguimos mañana, campeón? – le preguntó a Mike, quién asintió con la cabeza y corrió hacia mí.

- ¡Mami! – exclamó y me dio un abrazo, yo lo alcé  – Nick está enfermo, vomitó to-o-o-do su cuarto – me contó mientras reía -  Su madre llamó a casa y Max fue a buscarme.

- Oh, gracias – dirigí mi mirada a Max y él asintió con la cabeza, aceptando mi agradecimiento - ¿Qué hacían antes de que yo llegara? – pregunté dejando a Mike en el piso. Pese a que aún era pequeño, no era tan fácil de cargar como antes.

- Max me leía un cuento, era sobre un hombre en un bote que era rodeado por cocodrilos – rascó su cabeza y continuó – me recuerdaron al cocodrilo del tatuaje de tu amigo Jay – tragué saliva sonoramente.

- ¿Te recordaron al tatuaje? – lo corregí - Bueno, es un lagarto, en realidad, pero son similares – pasé a su lado y arremoliné su cabello, que volvió exactamente su forma original. Aquellos rulos eran igual de revoltosos que los de su padre - ¿Entonces, qué quieren comer? – pregunté para cambiar velozmente de tema y Max comenzó a hacerle cosquillas a  Mike para que aceptara comer pasta, en vez de las hamburguesas que tanto deseaba el pequeño.

En silencio me dediqué a preparar la salsa. Estaba tratando de abrir un frasco – luchando con él, mejor dicho – cuando Max se acercó a la cocina y lo tomó de mis manos.

- Deja que te ayude – dijo en un tono de voz tranquilo. Lo abrió en un santiamén y me lo entregó  - ¿Podemos hablar ahora? – dejé salir todo el aire de mis pulmones fuertemente hacia afuera, resignada.

- No sé de qué quieres hablar. ¿Dices que me amas? Maravilloso, yo no lo creo. – Volvió a observarme con esa mirada acusadora que había utilizado esta tarde – En serio, Max. Somos gente grande, y yo no soy tonta.

Haciendo un molesto sonido con la boca se alejó de mí, pero cuando estaba por pasar el marco de la puerta, se volvió y clavó sus ojos en mí tan fuertemente que, si las miradas mataran, yo ya estaría muerta. 

- Dicen que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Bueno, yo quiero que sepas que acabo de darme cuenta de lo que tengo y no quiero perderlo. No quiero perderte. – poso sus dedos índice y pulgar en el puente de su nariz por un instante y continuó – No sé por qué lo haces tan difícil, no sé por qué no puedes creerme – en sus ojos se notaba una furia que iba creciendo - ¡Si no te quisiera no me hubiera quedado contigo! ¡Me hubiera divorciado y hubiera conseguido una esposa que quisiera por lo menos tener sexo una vez a la semana!

- ¡Lo querría si pudiera tener un orgasmo estando contigo! – le dije en un tono alto, pero no lo suficiente como para que se escuchara escaleras arriba.

- Eso es porque piensas en el estúpido marinero que eligió ir la guerra antes que a ti. Ahora comprendo por qué – arrojé la cuchara dentro del lavabo y, furiosa, me acerqué a darle una cachetada. Antes de que mi mano impactara en su cara, la detuvo fuertemente.

- Me lastimas – farfullé.

- Solo porque tú trataste de lastimarme antes – comentó con voz aterciopelada – Nunca fuiste del tipo violento, ¿qué se está cruzando por tu cabecita? – preguntó y acarició mi mejilla con su mano libre.

- Solo me quieres para dar un buen ejemplo, para ser el macho alfa con la esposa sumisa – escupí las palabras a su cara.

- Bueno… esa es una buena manera de definirlo. Simplemente creo que, al ser yo el que te salvó de tu vida llena de mierda, merezco algo de respeto, ¿no es así?

- Jamás me has levantado la mano, Max, pero sin embargo eres como todos esos cobardes. Hieres, y luego tratas de taparlo con un ramo de rosas. Me lastimaste psicológicamente durante años – mi voz se quebró. Conseguí zafarme de su agarre y, dando un paso hacia atrás, continué – y yo… yo me acostumbré tanto que ya ni las rosas esperaba. Pero esto se acabó, Max. Se acabó.

Me di media vuelta y, en el mismo silencio que antes, continué haciendo la salsa.

Personal Soldier: Capítulo 7.



El resto de la semana fue condenadamente extraño. Max se comportaba como si jamás hubiera sido el asqueroso ser humano que venía siendo desde hace unos largos años, por lo tanto mi cerebro se venía preparando para lo que probablemente sería la tercera guerra mundial. Cuando la relación iba bien, algo malo debía pasar, obviamente.

Me senté silenciosamente en el sillón de la sala y esperé intranquila a Max. Él mismo se había ofrecido a llevar a Mike a la casa de un amigo, y cuando regresó levantó una ceja al verme tan estresada sentada frente a él.

- ¿Qué es lo que pasa? – preguntó dudoso. Tragué saliva y con los nervios a flor de piel, le contesté.

- Tenemos que hablar, Maximilian.

- Esto no puede ser bueno – comentó sin saber cuán correcta era su afirmación. Tomó asiento a mi lado y se dispuso a escucharme.

Mi corazón latía tan fuerte que podría jurar que se escuchaba a lo lejos. Tenía miedo, no estaba muy segura de qué. Max se rascó el brazo en señal de incomodidad y comprendí que me había quedado unos 2 minutos mirándolo a los ojos, buscando maneras de llegar al punto de la conversación sin dar demasiadas vueltas, pero sin ser demasiado brusca.

No podía sentarme y decirle sin más ‘’ ¿Qué bicho te picó? Deberías estar siendo un cruel cerdo y en cambio me estas tratando como una princesa. ’’ Me tomó otros 20 segundos hallar las palabras indicadas. 

Ni bien lo hice, las expulsé de mi  boca como si las hubiera estudiado por horas.

- Necesito que hablemos porque aquí hay algo extraño. ¿Desde cuándo eres tan… demostrativo conmigo? No lo comprendo, realmente. Desde el domingo pasado estas… no lo sé, bastante adorable. Y realmente muero por saber qué ocurre. – él se quedó un instante analizando mis palabras y luego se echó a reír. Era una carcajada honesta, no hallé en ella ni una pizca de sarcasmo.

- ¿Soy demasiado obvio, no es cierto? – yo fruncí el ceño. Me había costado tanto hablar con él y lo único que hacía era carcajearse – Camila, ¿por qué no me dijiste que Jay había vuelto? – automáticamente cerré mis ojos. Entonces él lo sabía.

- Max, yo…

- Tranquila, no necesito que te expliques. Simplemente se siente raro. Es decir, tú y yo… todo lo nuestro fue a causa de su partida. Puede que sea extraño pero realmente comienza a preocuparme.

- ¿Qué cosa comienza a preocuparte? ¿Puedes ser claro por favor? – sentía que iba a gritar, o a llorar, o quizás  hacer ambas cosas a la vez a un volumen extremadamente alto.

- Su regreso, Camila, Dios. ¿Sabes? Uno de mis mayores defectos es dar las cosas por sentado. Siempre supe que no te irías de mi lado hiciera lo que hiciera. Simplemente te quedarías aquí, conmigo. No sé si por amor o porque te doy una casa y comida para alimentar a Mike, pero sea cual sea la razón, sabía que no te irías. Ahora que Jay ha vuelto, las cosas son diferentes. Me preocupa perderte, Cam. Lo digo en serio.  – Eso me había tomado totalmente desprevenida. ¿Acaso había enloquecido? ¿Desde cuándo le importaba?

- Tienes que estar bromeando – le contesté firme,  y sin dudarlo me levanté de su lado.

Corrí hacia el cuarto de arriba en busca de mi bolso. Coloqué las llaves, el celular y algo de dinero dentro, lo cerré y bajé las escaleras en dirección a la puerta, sin siquiera mirarlo.

Tanta hipocresía me ponía enferma. ¡Jamás le había importado y ahora, que Jay había vuelto, buscaba colocarse él en posición de víctima, él como el pobre marido abandonado! Me daba asco.

Cuando quise girar el picaporte, el cuerpo de Max se colocó frete a la puerta, impidiéndome el paso. Sus ojos claros como el mar se clavaron sobre los míos, buscando algo. Una pizca de remordimiento, imagino yo.  Pero lo que menos sentía en ese exacto lugar, en ese exacto minuto, era pena por él.

- Quítate. – ordené.

- Ayelen – me llamo por mi segundo nombre, en tono de advertencia.

- Solo voy a salir a tomar algo de aire, no es que pueda escapar de tus mentiras tan fácilmente – le espeté y con un brusco movimiento, logré que saliera de su lugar, dándome paso a mi libertad.

Eran las 4 de la tarde cuando comenzó a llover, atrapándome en un pequeño café del centro de Londres en donde me había instalado.  Mientras esperaba a la mesera, tomé mi celular del interior de mi cartera y me encontré con 10 llamadas perdidas de Max y un mensaje de texto.

Nuevo mensaje de Max:
Tenemos que hablar de esto. En algún momento tendrás que regresar a casa.

Eso no iba a pasar, o por lo menos no pasaría pronto. Tenía hasta las 7:30 pm para ir a buscar a Mike. Luego de eso recién volvería a casa. Si me siento de humor, quizás hable con él.

No sabía qué me molestaba más, si la gran actuación de esposo herido de Max, o que aquella triste actuación hubiera logrado preocuparme. Era ilógico que me sintiera culpable por ese hombre, pero no podía evitarlo. Max me había ayudado cuando peor me encontraba y, por más de que sus errores eran mayores que sus aciertos, no podía negar que sin él, probablemente estaría mendigando en la calle. No hubiera podido salir de esa depresión tan profunda en la que había entrado luego de la pérdida de Jay.

Era gracioso lo que sentía cuando estaba cerca de aquel hombre. Sus rulos, sus ojos, su perfume, todo de él me hacía sentir como de cabeza. Mi intelecto disminuye cuando él está alrededor. Era algo que jamás había logrado controlar, me sentía así con él, y era maravilloso. Un sentimiento jodidamente perfecto.

¿No dicen acaso que el amor nos pone idiotas? Si esa frase era cierta, entonces aún después de siete años de ausencia, yo seguía perdidamente enamorada de Jay McGuiness, y no me arrepentía de nada.

- ¿Puedo sentarme aquí o… esperas a alguien? – preguntó una dulce pero masculina voz. Automáticamente giré mi cabeza en dirección a esa voz y me encontré con unos ojos azules mirándome fijamente, con una sonrisa en sus labios, rojos y preciosos. ¡Cómo extrañaba esos labios! - ¿Hola? – volvió a preguntar atrayéndome a la realidad y mis mejillas se tornaron rojas.

- No, c- claro, siéntate – tartamudeé torpemente. La mesera me acercó mi te, finalmente, y él ordenó lo mismo.

- Vaya sorpresa encontrarte aquí. Pensé que habías dejado de venir luego de… bueno, ya sabes – le sonreí.

- Uno de mis mejores recuerdos ocurrió en este lugar, James. Nunca dejé de venir, tampoco planeo hacerlo – se mordió el labio inferior y yo lancé un suspiro al aire. ¿Alguna vez dejaría de amarlo tanto?

14 de diciembre de 2012

Personal Soldier: Capítulo 6


Se quedó muda.

Los pequeños piecitos de Mike se movían a través de la sala, que también se movía. Por un momento creyó que iba a desmayarse nuevamente, pero el poco sentido común que le quedaba le ordenó que se quedara quieta y que tratara de explicarle a su pequeño hijo de 6 años, quién era él.

- Soy Jay - dijo él, y le sonrió ampliamente. - Un... amigo de la familia.

- Oh... yo soy Mike - le dijo y se acercó lentamente hacia él. Acto seguido, se aferró fuertemente a Camila.

- No le agradan mucho los desconocidos - dijo ella curvando una pequeña sonrisa.

Camila estaba segura que ese había sido el peor momento en la vida de ambos. Jamás se le cruzó por la mente que Jay volvería, por lo cual nunca había hablado demasiado sobre el padre de Michael. Lo único que el niño sabía era que Max no era realmente su padre y que su padre real se había ido hacía mucho tiempo.

Con voz temblorosa, Jay compartió una diminuta charla con Mike, que luego se fue a su cuarto. Era totalmente visible que Jay no se encontraba bien. Ni bien Michael se fue del cuarto, su sonrisa desapareció fugazmente.

- Deberías haberle dicho de mí - fue lo único que dijo antes de retirarse rápidamente de la casa, sin darle chances a Camila de explicarse. Su madre se fue tras él.

Lentamente, fue dejando caer a su cuerpo sobre el sillón y dejó salir todo el llanto silencioso sobre un almohadón  para acallarlo más. Así la encontró Max cuando llegó. Se quitó su abrigo azul oscuro, lo colgó en un perchero y cuando estaba a punto de subir las escaleras, oyó su débil sollozo.

- ¿Camila, estas llorando? - preguntó cuidadosamente. Al no recibir respuesta, se acercó a ella y se sentó a su lado. Tomó sus manos y apartó el cojín de su cara.

- Estoy bien, Max.

- Si eso es estar bien, no quiero imaginar lo que es estar mal para tí. ¿Qué ha pasado? - Max colocó su brazo al rededor de la cintura de Camila y clavó sus hipnotizantes ojos en los de la muchacha.

- Solamente... solamente necesito un abrazo, pero sé que es algo que no puedo pedirte a tí.

En un abrir y cerrar de ojos, ambos brazos de Max la estaban rodeando. Con su mano derecha acariciaba su cabello y con su mano izquierda, trazaba dibujos en la espalda de Camila.

- Me... me haz atrapado con la guardia baja - musitó ella, y se hundió en ese profundo abrazo lleno de... ¿lleno de qué?

Luego de su estadía en los brazos de Max, se sintió aturdida. Comenzó a comprender que quizas era ella la que no le daba lo que él necesitaba y comprendió, también, que quizá fue ella la culpable del inevitable distanciamiento entre ambos.

¿Cuantas noches había estado con Max, mientras pensaba en Jay? ¿Cuantas veces había acariciado su ronstro, deseando que James estuviera en su lugar? ¿Y acaso eso era justo? Ella sabía la respuesta, y esa respuesta era no.

Era consciente de que Max jamás había sido el mejor esposo, pero se esforzaba por mantener a su familia. Y probablemente si ella se hubiera esforzado por hacer que Max tuviera una mejor relación con Michael, él lo querría de la misma forma que Mike lo quería.

Mientras caminaba por el pasillo dandole vueltas al tema, llegando siempre a la misma conclusión, el ruido del agua de la regadera la sacó de sus pensamientos. Unas firmes manos la tomaron desprevenida y la introdujeron al cuarto de baño.

- ¿Qué te parece si cuidamos al medio ambiente? - dijo Max acariciando su cintura.

- ¿De.. de qué me estás ha-hablando? - tartamudeó ella. Tragó saliva sonoramente mientras sus músculos se tensaban.

- Hablo de darnos un baño juntos - susurró cerca de su oído. La suave voz de Max hizo que se le erizara la piel -  Vamos, no estes tan nerviosa. No es nuestra primera vez. - dijo y rió mostrando esa sonrisa que la hacía divagar.

Lentamente él se deshizo de su remera, besando sus hombros y haciendo un recorrido desde su clavícula hasta el lóbulo de su oreja. Luego, se concentró en su boca. El beso fue apasionado, largo y bajó todas sus barreras, por lo menos por esa noche. Max recorrió su boca con la lengua, trazando cada uno de sus rincones, saboreando su brillo labial de cereza.

 - Me gusta la cereza - volvió a susurar con voz de terciopelo y ese fue el momento en el que se rindió.

Envolvió el cuerpo de Max con sus piernas y continuó besándolo con fervor. El pecho de Max subía y bajaba, acompasado con el suyo.

- Espera a que estemos bajo el agua - le dijo él con una leve sonrisa, y la llevó hacia la ducha caliente.

- Max, todavía tengo ropa puesta - dijo Camila en un quejido.

- Es hora de que te desagas de ella - comentó, y se deshizo de sus propios boxers.

2 de diciembre de 2012

Personal Soldier: Capítulo 5.


Me desperté en el sofá de mi sala de estar siendo escrudiñada por un par de ojos curiosos con el celeste mas intenso que había visto en toda mi vida.

- ¿Cómo estas? – preguntó con voz calma mientras me ofrecía un vaso de agua y se paraba de donde estaba sentado – Tendría que haber pensado que esto sucedería, la cosa es que…

Antes de que pudiera terminar con su frase, me levanté repentinamente y me arrojé a sus brazos. Respiré su perfume, acaricié su cabello, rocé con la punta mi nariz todo su cuello. Sus firmes pero temblorosos brazos dudaron en corresponder a este brusco encuentro, pero sin embargo lo hicieron, acariciando mi espalda desde abajo hacia arriba.

Mis pies se elevaron en puntitas y quise besarlo, pero él se alejó.

- Oh oh, espera un momento. Estas casada ahora – murmuró por lo bajo y clavó su vista en el revestimiento de las paredes.

- Jay – mi voz se quebró antes de lo previsto mientras tomaba su cara en mis débiles manos – estuve esperando este rencuentro por 7 interminables años. En realidad, ni siquiera lo esperaba. ¡Estabas muerto! ¡Muerto! Y yo no quería estar sola y…

- Sh, sh, calma – me susurró mientas volvía a estrecharme entre sus brazos y apoyaba sus labios sobre mi cabello – no he venido a reprocharte nada, solamente quería saber… saber como te encontrabas.

- Podrías haberme llamado, ¿Cómo es que nadie me avisó esto? – intenté tomar aire y tranquilizarme.

- Yo le he pedido a mi madre que no te diga nada, quise sorprenderte pero no pensé que te desmayarías al verme.

- Simplemente… se sentía irreal. Se siente… irreal – contorneé con mi dedo índice la línea de su mandíbula y Jay se estremeció ante aquel contacto.

- ¿Qué…? ¿Qué te sucedió en la mejilla? – me preguntó rozando una de las heridas que allí había.

- ¡Ay! – exclamé – nada, simplemente tropecé sobre algunos vidrios, pero no es nada grave.

- Aún hay vidrios en el interior de la cortadura, Cami – esto último, el apodo, lo dijo dudando - ¿Aún te dicen así?

- Solo tu madre de vez en cuando – sonreí… para no llorar.

En silencio, Jay se encontraba parado frente a mí retirando algunos trozos de vidrio de mis heridas. Yo me encontraba sentada en la mesada de la cocina. Comentó que había aprendido un poco sobre curación mientras estaba en la marina y que sería mejor que me quitaran las esquirlas porque podría infectarse. 

Cuando finalizó con esas heridas, le mostré las de la mano y el rio.

- Sigues siendo un imán para las caídas, ¿verdad? No ha cambiado.

- Podría decirse que es una de las cosas que se ha mantenido con el tiempo.

- No creo que se solucione – dijo divertido y en curvo una sonrisa hacia el costado.

- Tu sonrisa tampoco a cambiado – dije yo, y nuestras miradas se cruzaron. Se me erizó la piel ante el frío contacto de su mano con la mía.

- Bien, ya… ya está – dijo titubeando – Todos los pequeños restos de vidrio han sido retirados, solo queda colocarte una venda en la mano y en la mejilla y… estará listo.

- ¿Jay? – dije mientras lo veía dirigirse otra vez hacia el comedor. Él se volteó instantáneamente – Gracias.

- Siempre es un placer – dijo y rió.

El sonido de su risa me trajo recuerdos. Recuerdos de nuestra vida como novios, recuerdos de nuestros meses de casados. Momentos en los que fui verdaderamente feliz.

Caminé silenciosamente hacia donde se encontraba Jay, que miraba atento a su alrededor. Me contó vagamente que había hablando con su madre y ella le había dicho donde encontrarme. También habló sobre otras cosas, pero yo estaba demasiado ocupada perdiéndome en sus ojos que realmente no podía escuchar. Solo observaba el delicado movimiento de su boca para pronunciar cada palabra.

De repente, cuando me percaté de la realidad, Jay estaba mirándome fijamente con una mueca graciosa en su rostro.

- ¿Todavía no te lo crees, verdad? – mi expresión facial debió causarle mucha gracia, por estalló en una carcajada audible a 20 km a la redonda.

- Bueno, me dijeron que mi marido había fallecido, esto hace siete años ¿Cuáles eran las posibilidades de que regresaras de la muerte? – soltó una pequeña risa, pero la felicidad no llegó a sus ojos – Jay, pareciera que no te dieras cuenta de lo que esto significa para mí.

- No tiene que significar nada. Simplemente tienes que alegrarte porque volví y… y nada más. Has formado una nueva vida, seguiste con tu familia y esto está bien. No quiero que me aceptes en tu vida de nuevo, no estoy esperando que lo hagas, ni que dejes a tu nuevo marido – los músculos de su espalda se tensaron.

- ¿Y que pasa si quiero hacerlo?

- No voy a dejar que lo hagas. Que tires por la borda todos los años que llevan juntos solo por mí – el llanto brotó de mis ojos otra vez.

- Mi vida a sido una miseria sin ti, James. No me pidas continuar con ella. ¿Y que pasa si tú sigues una nueva vida, qué pasa si encuentras una nueva pareja? ¿Cómo voy a sobrevivir a eso?

La puerta principal se abrió mostrando una pequeña cabecita con rulos y a una mujer que irradiaba felicidad.

- ¿Mami, quién es él? – preguntó Michael observando a su padre.

Personal Soldier: Capítulo 4.


La existencia de Michael hacía feliz a Camila. La hacía inmensamente feliz, para ser exacto. Mike era lo mejor que le había pasado en la vida, y era la única evidencia física que quedaba de la existencia de Jay, lo cuál hacía que fuera más especial.

La noche fue dura. Había dormido en el sillón luego de la terrible pelea con Max, por lo cuál cuando se levantó, con suerte si podía mover el cuello. Estaba contracturada hasta las pestañas.

Silenciosamente se despertó, quitando a Mike de su lado y cargándolo hacia su cuarto. Era domingo, lo que le daba tiempo para darse una ducha y arreglarse, ya que Max no se levantaría hasta aproximadamente las 12 y recién eran las 8 am.

Su estadía en la ducha fue maravillosa. Estuvo aproximadamente una hora bajo el agua caliente y tuvo tiempo para relajar sus tensos músculos, que agradecían el favor. Lo único que no ayudó en absoluto fue que durante esa hora, tuvo el cerebro desocupado, lo que le permitió pensar en todas aquellas cosas en las que nunca se dejaba pensar. Por ejemplo: Jay. Siempre era así en estas fechas. El sufrimiento no cesaba y, estaba segura, nunca iba a cesar. Tenía una brecha abierta en su corazón y parecía que cada día de matrimonio con Max, dolía más. Ardía, picaba, lastimaba.

Para cuando recuperó la noción del tiempo eran las 9:20 am. No recordaba haberse sentado, pero se encontró a si misma sentada en la bañera, abrazada a sus propias rodillas. Llorando, por supuesto.

El silencio en la cocina era atroz. Se había secado el cabello y se había vestido de forma casual. Había encontrado la paz en ese silencio, pero el ruido de una silla siendo arrastrada hacia atrás la sacó de su letargo.

- Hola – dijo ella con voz calmada - ¿quieres algo de desayunar? – la nada misma fue la respuesta - ¿No vas a hablarme hoy, Max? – continuó sin responder - ¡Qué maduro de tu parte! – exteriorizó ella con el sarcasmo a flor de piel.

Mientras secaba una taza anaranjada con un delantal de toalla, Max se acercó desde atrás y pegando su cuerpo al de ella, tomó un pocillo de café de los que se encontraban colgados en un exhibidor. También sacó una cuchara de plata del cajón de la encimera y sirvió el café en su pequeño recipiente. El líquido marrón cayó dentro y rompió con el tenso silencio que se había comenzado a formar por segunda vez.

Camila suspiró.

Cuando el pequeño Mike se despertó, Camila se encontraba revolviendo los cajones en busca de una fuente para colocar las galletas que estaba preparando. Mike se le tiró encima juguetón y provocó que tirara todo al piso. El estruendo de las ollas y las risas hizo que Max, que se encontraba en el estudio, clamara por un poco de silencio.

Tragando saliva y contando hasta 10, evitó insultarlo de la peor forma que pudiera. Juntos, Michael y ella, terminaron de hornear las galletas en forma de corazón, estrellas y hombrecitos.

La tarde estaba soleada, hermosa, por lo cuál la mamá de Jay telefoneó para decirle a Camila que pasaría a buscar a Mike y lo llevaría al parque. Cuando el teléfono sonó, lo contestó Max.

- La madre del marinero vendrá a buscar al niño – comentó con desinterés bajando las escaleras – Dice que lo llevará al parque – se sentó en el sofá y encendió el televisor en el canal de fútbol.

- ¿La madre del marinero? 

Iracunda, subió la escalera como un rayo y se encerró en su habitación. Con rabia comenzó a arrojar las almohadas por toda la habitación, deshizo la cama a los tirones y pateó el pequeño sillón que se encontraba en el cuarto. Al borde de un colapso, empujó su pequeña mesita de luz tirando también un perfume de vidrio. Torpemente tropezó con el edredón rojo y su mejilla y sus manos impactaron en el piso mojado, cortándose con los trozos de vidrio del suelo.

- ¡Mierda, mierda, mierda y más mierda! – gritó acurrucándose lentamente en el piso y desarmándose en un llanto frenético. – Lo extraño tanto, tanto – susurraba para si misma. 

De pronto, el timbre de la casa sonó, obligándola a pararse rápidamente, bajar las escaleras y abrir la puerta así como estaba.

- ¿¡Camila, qué ha pasado!? – preguntó preocupada su suegra… ex suergra.

- Oh nada, se me ha caído un perfume y tropecé sobre los vidrios. Estoy bien. – tragó saliva y gritó – Michael, tu abuela está aquí.

Como si corriera a la velocidad del sonido, el niño apareció a su lado y abrazó fuertemente a su abuela. 
Ambos la saludaron con un beso en su mejilla sana y se fueron.

A la media hora, Max se fue también. Iba a ir con sus amigos a un bar a ver su tan preciado partido mientras ella se quedaría en casa ordenando todo lo que había causado en su habitación.

Por extraño que sonara, se sentía liberada. Se había sofocado durante 7 años recién cumplidos y se había prohibido incluso nombrarlo, pero ahora el nombre de Jay se sentía… bien. Extrañaba la manera de pronunciarlo, extrañaba la voz con la que lo decía, pero lo que más echaba de menos, era la forma en la que su corazón latía fuerte cuando lo nombraba e, ilusamente, se lo imaginaba subiendo la escalera, abriendo la puerta del cuarto y preguntando sutilmente  << ¿qué? >>.

Una ráfaga de viento abrió la puerta, que se volvió a cerrar con un golpe sordo.

- Jay… Jay, Jay, Jay – repitió unas cuantas veces, y luego se dejó caer en el colchón aún sin sábanas, en el que se durmió.

El timbre la volvió a sacar de su ensimismamiento y algo aturdida por la reciente siesta, bajó a abrirle a quién sea que estuviera allí.

Colocó la llave en el cerrojo, le dio dos vueltas y con la mano en el picaporte, abrió.

Unos ojos azules se encontraron con los de ella y, automáticamente, calló rendida al suelo.

4 de noviembre de 2012

Fic 2: Capítulo 3.



Luego de llevar a Mike al colegio y despedir a Max antes de irse al trabajo, Camila decidió organizar su casa, que estaba algo desordenada. 

Fue a su habitación y quitó todo lo que había dentro de su armario para luego decidirse a doblarlo todo prolijamente. 

El silencio la estaba volviendo loca. Los recuerdos de Jay la estaban sacando de sus casillas. Dentro de algunos días se cumpliría un año más de su ausencia y claramente estos días no la hacían feliz. Todavía no podía aceptarlo y, lamentablemente, creía que nunca lo haría. Ver a Mike coloreando un dibujo, colocando cara de concentración le daba ganas de llorar porque lucía igual a Jay. Su risa, sobre todo cuando se carcajeaba, era idéntica. Y eso dolía, ¿pero que podría hacer? ¿pedirle a su hijo que dejara de reír y concentrarse porque simplemente ella no podía seguir adelante con su vida? Era ridículo. Incluso quiso hablarlo con un psicólogo, pero Max la había catalogado como 'débil' ese día y estuvieron una semana entera sin hablarse. 

Cuando el reloj marcó las 5 de la tarde, Max abrió la puerta de su casa, dejó su maletín, su corbata y sin saludar a su mujer se dirigió otra vez a la puerta. 

-¿No planeas saludar? ¿A donde vas?- preguntó Camila preocupada
.-Oh, tengo... ¡una reunión, eso, claro! y es importante que vaya- contestó agitado y gesticulando raramente.
-¿Reunión de negocios? Oh... ¿no vas a llevar corbata? - mantuvo la ceja en alto en señal de sospecha.
-Es que... no es tan importante, ¿sabes? es más bien... informal- ella se dio media vuelta y cerró la puerta fuertemente tras de sí.

<<Reunión de negocios>> se repitió a sí misma <<¿Piensa que soy idiota?>> Camila sabía con claridad que Max no le era fiel. Ella era solamente la esposa que debía tener para presentar una imagen de buen padre de familia con una excelente formación.

¿Cuántas veces había olido perfume a mujer en su camisa? ¿Cuántas veces le había visto marcas en el cuello que ella no le había dejado? Y no se podía olvidar jamás de la vez que lo vio con su secretaria. No había dicho ni una palabra, fingió como si no lo hubiera notado y le habló normalmente. Desde ese día jamás había vuelto a poner un pie sobre el estudio de Max, temía encontrarse con alguna otra escena como esas.

A eso de las 5 am, su marido regresó. Silenciosamente dejó su saco sobre el pequeño sillón rojo que se encontraba en el cuarto y se quitó su blanca e impecable camisa colocándola sobre el edredón color carmesí. 

-¿Como te fué en tu reunión de negocios?- preguntó Camila tomando una postura sentada. Incluso mientras se restregaba los ojos podía sentír la furiosa mirada de Max sobre ella debído al alto grado de sarcasmo que se escondía en esa pregunta.
-Excelente- replicó él guiñándole un ojo. -¿Como te ha ido cuidando a Michael? ¿Te divertiste?- eso terminó de destruir el pequeño ego de Camila. Le recordó que mientras él estaba haciendo el amor con su secretaria, o con su compañera de trabajo, o con una simple prostituta, ella estaba allí cuidando a su pequeño hijo que no dejaba de preguntar por un padre que no era su padre de verdad.
-Eres un idiota. Siento asco por tí- escupió las palabras sin medir las consecuencias. 
-Claro, ¿no? sientes asco por mí pero no por mi dinero. - Camila tragó saliva - Recuerda, corazón, que ninguno es mejor que el otro. 
-Por lo menos yo no te engaño - contestó enojada pero manteniendo la cordura. - Y si lo hiciera tendría la decencia de ponerme perfume para que no notaran mi olor.
-YA BASTA - gritó Max - CON MI VIDA HAGO LO QUE QUIERO, MUJER. TE DOY CASA Y COMIDA, ¿NO ES SUFICIENTE? 
-HABLAS COMO SI TE HUBIERAN OBLIGADO A CASARTE CONMIGO. - rompió en llanto - Hazme un favor y vete a dormir. No quiero despertar a Mi...
-¿Mami? - una pequeña cabecita rulienta se asomó por la puerta - ¿Qué pasa, por qué lloras?
-Oh, Mike. Ven, vamos.

Tomó al pequeño de la mano y bajaron juntos las escaleras. Así se sentaron ambos en el sillón, ella con un té y él con una taza de leche caliente.

-A veces, Mike, los adultos pelean, pero eso no significa nada. Las cosas se olvidan pronto- fingió una sonrisa y Mike la miró.
-No me gusta que llores, mami- El pequeño dejó su taza sobre la mesilla del comedor y se abrazó a su madre fuertemente- Ya se arreglaran las cosas con Papi- concluyó y con su pequeña manito limpió sus lágrimas. 

29 de octubre de 2012

Fic 2: Capítulo 2.


6 años después:

-¡Michael, no hagas eso! –gritó Camila mientras lograba atajar un jarrón que estaba apunto de caerse. -¿Cuántas veces tengo que decirte que no corras en la casa?
-¿Y cuántas veces tengo que repetirte yo, mujer, que no sabes educar a tu hijo? – dijo Max con un tono repulsivo. –Ese niño es un mocoso malcriado.

Camila apretó la mandíbula tratando de evitar una discusión que probablemente terminara mal.

¿Cuántas veces Camila se había maldecido a si misma por seguir con su vida? ¿Cuántas veces se había arrepentido y había deseado mandar a Max al diablo? Miles, pero no podía hacerlo.

Cuando Jay se fue, ella estaba débil, asustada y sobre todo sola. La poca relación que tenía con su suegra era áspera y tensa y sus padres habían fallecido cuando tenía solo 10 años. Luego de un mes entero – en el cual no salía, no comía y con suerte si bebía, todo a causa de la depresión – decidió que era tiempo de buscar un trabajo. Allí fue cuando llegó al estudio de abogacía de Max George, su actual esposo.

Max era un hombre atractivo, de estatura media y unos ojos que dejaba a Camila sin aliento. Era encantador… hasta que llegabas a conocerlo realmente. Luego de dos años de noviazgo, se casaron por Iglesia en una bella playa de Hawaii. Era graciosa la diferencia abismal que había entre ambas bodas. La del Sr. George había sido ostentosa, para más de 200 invitados, y la pequeña boda que había tenido con Jay había sido en una antigua capilla en su barrio natal. La simpleza de Jay siempre la había encantado.

Lo que más dolía en el pecho de Camila era la indiferencia, o hasta resentimiento que Max sentía por Michael. Al ser tan pequeño cuando Jay se fue, Mike había comenzado a llamar Papá a Max, cosa que él detestaba. Con el simple hecho de escuchar esa palabra, su cara cambiaba radicalmente pasando de una sonrisa – las cuales también cautivaban a Camila – a una mueca de asco. Jamás pudo comprender por qué, en los 4 años de casados que llevaban, él nunca pudo aceptar con cariño este apodo que le daba su “hijastro”.

En lo que respecta al mundo laboral de su marido, Camila solo participaba en las reuniones. Iba a allí y tenía que procurar sonreír todo el tiempo para lucir como la esposa modelo del esposo modelo que era Max, jefe de un importante estudio de abogados.

- Sonríe –le pidió Max a Camila cuando tomaban la foto. Ella solo fingió una mueca –que no llegaba a ser una sonrisa– para complacerlo –Buena chica – le dijo y le propinó un delicado beso en la boca – Cuando volvamos a casa quizás pueda recompensarte.

La idea de la recompensa no le agradaba como él creía que lo hacía. En realidad, durante los 6 años que llevaban juntos, ella nunca había alcanzado el orgasmo. Acostumbrada al suave tacto de Jay, nunca pudo asimilar la manera brusca que tenía Max al momento de estar juntos, y esa era otra de las tantas cosas que no le permitían ser feliz.

Eran las 3:30 am cuando llegaron a la casa y se encontraron con la tierna escena de Mike durmiendo sobre el regazo de su abuela, la madre de Jay.

Luego de despedirla y agradecerle, Camila tomó al pequeño en brazos y lo colocó en su cama. Acarició sus diminutos rulos castaños y contorneó con la yema de su dedo la forma respingada de su nariz. Le recordaba tanto a Jay. Incluso tenía movimientos similares a su padre, lo cual era extraño porque nunca lo había visto moverse. Es decir, lo había hecho pero debía ser demasiado chico como para recordarlo.

- ¿Terminaste de recostar al niño? –preguntó Max mientras se quitaba la camisa mostrando sus marcados abdominales.
- Sí, terminé de recostar a Mike –dijo resaltando la última palabra. No podía soportar que le dijera ‘el niño, el mocoso’

Camila se acercó lentamente a Max, que estaba de espaldas y le dejó un par de besos en el omóplato izquierdo.

- Entonces, Sr. George, usted había dicho algo sobre una recompensa… -Max sonrió y se dio vuelta tomándola por la cintura y acercándola a él.
- Pensé que estarías muy cansada – los labios de su marido recorrían cada centímetro de su cuello. – Supongo que me confundí.

Y así pasó la noche, con él, sintiéndose vacía durante todas las horas restantes. Hecha un ovillo al lado de un hombre que luego del sexo, la dejaba aislada en el filo de la cama y ni siquiera la abrazaba.

- Buenos días – dijo él al día siguiente.
- ¿Qué tal? – respondió ella dándole un pequeño beso en los labios, entregándole su café y su periódico, y empezando de vuelta con la infeliz rutina.