29 de octubre de 2012

Fic 2: Capítulo 2.


6 años después:

-¡Michael, no hagas eso! –gritó Camila mientras lograba atajar un jarrón que estaba apunto de caerse. -¿Cuántas veces tengo que decirte que no corras en la casa?
-¿Y cuántas veces tengo que repetirte yo, mujer, que no sabes educar a tu hijo? – dijo Max con un tono repulsivo. –Ese niño es un mocoso malcriado.

Camila apretó la mandíbula tratando de evitar una discusión que probablemente terminara mal.

¿Cuántas veces Camila se había maldecido a si misma por seguir con su vida? ¿Cuántas veces se había arrepentido y había deseado mandar a Max al diablo? Miles, pero no podía hacerlo.

Cuando Jay se fue, ella estaba débil, asustada y sobre todo sola. La poca relación que tenía con su suegra era áspera y tensa y sus padres habían fallecido cuando tenía solo 10 años. Luego de un mes entero – en el cual no salía, no comía y con suerte si bebía, todo a causa de la depresión – decidió que era tiempo de buscar un trabajo. Allí fue cuando llegó al estudio de abogacía de Max George, su actual esposo.

Max era un hombre atractivo, de estatura media y unos ojos que dejaba a Camila sin aliento. Era encantador… hasta que llegabas a conocerlo realmente. Luego de dos años de noviazgo, se casaron por Iglesia en una bella playa de Hawaii. Era graciosa la diferencia abismal que había entre ambas bodas. La del Sr. George había sido ostentosa, para más de 200 invitados, y la pequeña boda que había tenido con Jay había sido en una antigua capilla en su barrio natal. La simpleza de Jay siempre la había encantado.

Lo que más dolía en el pecho de Camila era la indiferencia, o hasta resentimiento que Max sentía por Michael. Al ser tan pequeño cuando Jay se fue, Mike había comenzado a llamar Papá a Max, cosa que él detestaba. Con el simple hecho de escuchar esa palabra, su cara cambiaba radicalmente pasando de una sonrisa – las cuales también cautivaban a Camila – a una mueca de asco. Jamás pudo comprender por qué, en los 4 años de casados que llevaban, él nunca pudo aceptar con cariño este apodo que le daba su “hijastro”.

En lo que respecta al mundo laboral de su marido, Camila solo participaba en las reuniones. Iba a allí y tenía que procurar sonreír todo el tiempo para lucir como la esposa modelo del esposo modelo que era Max, jefe de un importante estudio de abogados.

- Sonríe –le pidió Max a Camila cuando tomaban la foto. Ella solo fingió una mueca –que no llegaba a ser una sonrisa– para complacerlo –Buena chica – le dijo y le propinó un delicado beso en la boca – Cuando volvamos a casa quizás pueda recompensarte.

La idea de la recompensa no le agradaba como él creía que lo hacía. En realidad, durante los 6 años que llevaban juntos, ella nunca había alcanzado el orgasmo. Acostumbrada al suave tacto de Jay, nunca pudo asimilar la manera brusca que tenía Max al momento de estar juntos, y esa era otra de las tantas cosas que no le permitían ser feliz.

Eran las 3:30 am cuando llegaron a la casa y se encontraron con la tierna escena de Mike durmiendo sobre el regazo de su abuela, la madre de Jay.

Luego de despedirla y agradecerle, Camila tomó al pequeño en brazos y lo colocó en su cama. Acarició sus diminutos rulos castaños y contorneó con la yema de su dedo la forma respingada de su nariz. Le recordaba tanto a Jay. Incluso tenía movimientos similares a su padre, lo cual era extraño porque nunca lo había visto moverse. Es decir, lo había hecho pero debía ser demasiado chico como para recordarlo.

- ¿Terminaste de recostar al niño? –preguntó Max mientras se quitaba la camisa mostrando sus marcados abdominales.
- Sí, terminé de recostar a Mike –dijo resaltando la última palabra. No podía soportar que le dijera ‘el niño, el mocoso’

Camila se acercó lentamente a Max, que estaba de espaldas y le dejó un par de besos en el omóplato izquierdo.

- Entonces, Sr. George, usted había dicho algo sobre una recompensa… -Max sonrió y se dio vuelta tomándola por la cintura y acercándola a él.
- Pensé que estarías muy cansada – los labios de su marido recorrían cada centímetro de su cuello. – Supongo que me confundí.

Y así pasó la noche, con él, sintiéndose vacía durante todas las horas restantes. Hecha un ovillo al lado de un hombre que luego del sexo, la dejaba aislada en el filo de la cama y ni siquiera la abrazaba.

- Buenos días – dijo él al día siguiente.
- ¿Qué tal? – respondió ella dándole un pequeño beso en los labios, entregándole su café y su periódico, y empezando de vuelta con la infeliz rutina.

26 de octubre de 2012

Adelanto del capítulo 2.


6 años después:

-¡Michael, no hagas eso! –gritó Camila mientras lograba atajar un jarrón que estaba apunto de caerse. -¿Cuántas veces tengo que decirte que no corras en la casa?
-¿Y cuántas veces tengo que repetirte yo, mujer, que no sabes educar a tus hijos? – dijo Max con un tono repulsivo. –Ese niño es un mocoso malcriado.

Camila apretó la mandíbula tratando de evitar una discusión que probablemente terminara mal. 

Fic 2: Capítulo 1.


Allí arriba en la azotea, el clima nocturno era cálido pero a la vez frío.

-Todo estará bien, Camila, lo prometo –pronunció Jay con dulzura mientras acariciaba el cabello de su mujer.
-¡Nada estará bien Jay, nada! –gritó Camila mientras se separaba bruscamente de su cuerpo –No se como te atreves a mentirme así. No soy estúpida. ¿Acaso no te duele irte?
-¿Crees que no me duele irme? –preguntó, y el silencio se adueñó del lugar –Solo quiero que me abraces. No quiero estar solo, odio estar solo…

Jay era parte de la Marina, y cuando Camila se casó con él, sabía que tendría que aceptarlo. Lo que jamás pensó fue que debería verlo partir a la guerra.

Silenciosamente, se separaron y decidieron entrar a la casa. El pequeño Michael, hijo de Jay y Camila, estaba durmiendo. Tenía solamente 1 año.

-¿Puedes ayudarme a hacer mis valijas?
-Si no tengo otra opción, lo haré –dijo ella de mal modo.

Jay no estaba seguro de lo que sentía. Creía que le dolía más el enojo de su propia mujer que el hecho de tener que abandonarla a ella y a su hijo. Él volvería, estaba seguro de eso. Planeaba luchar con todas sus fuerzas para sobrevivir, pero claramente Camila estaba asustada. No todos los días tienes que ver como el amor de tu vida se marcha por la puerta con un gran riesgo de fallecer en batalla.

-No quiero que te enojes conmigo –dijo Jay abrazándola por detrás mientras ella buscaba algo entre los cajones. –Prométeme que irás a despedirme mañana y prométeme que dormiremos juntos esta noche. No quiero irme de aquí si tu estas enojada conmigo –concluyó, y su respiración hacía cosquillas en el cuello de Camila.
-Entonces quizás deba enojarme, así no te vas de aquí –dijo ella y se volteó, dándole un profundo beso en los labios.
-Te amo.
-Yo también.

La noche fue tensa. Se había desatado una tormenta eléctrica y Jay le había pedido a Camila simplemente acostarse a escuchar los truenos. Durmieron juntos, abrazados como dos piezas de rompecabezas que encajaban a la perfección.

A la mañana siguiente, una vez que Jay terminó de preparar el bolso, partieron los tres juntos a despedir a su padre.

-Bueno…-comenzó Jay- Llegó el momento, ¿no?
-Adiós, Jay –dijo ella amargamente sin presentar ninguna emoción. Y con su hijo en brazos, le dio un pequeño beso en la comisura de la boca.
-¿Es así como planeas despedirte de mí? –preguntó él enfadado. No comprendía la indiferencia, y le hacía daño.
-¿Y como quieres que te salude, con un beso en la boca como si todo estuviera bien? –Las lágrimas que Camila había intentando contener, salieron todas juntas en un sonoro sollozo.
-Te amo a ti y a Michael, ¿es que no lo entiendes? –le grió Jay y la besó en la boca. Camila creía que se iba a desmallar allí. La intensidad de ese beso la estaba matando. Temía que eso fuera un Adiós.

Volveré, lo prometo. Fueron las últimas palabras que le oyó decir a Jay, y eran mentira.  A solo un mes de su partida, un comunicado había llegado a la casa y la había dejado en estado de shock. Jay estaba desaparecido.
Esa misma noche, Michael no paraba de llorar. Camila recordaba la facilidad que tenía su marido para hacerlo dormir. La forma en la que lo tomaba en sus brazos y, tarareándole una canción, lograba que el niño dejara de lamentarse y se durmiera tranquilamente.
Extrañaba tantas cosas de Jay, sus brazos, su sonrisa, sus ojos, sus rulos en los que tantas veces ella había enterrado sus manos. Sus besos y la manera en la que reía entre ellos. El sonido de su voz mientras cantaba en la ducha, usualmente The Fear. Sus caricias.

Y así, pensando en él, calló en un sueño profundo junto con su pequeño hijo, que no paraba de preguntar “¿papi?”