6 años después:
-¡Michael, no hagas
eso! –gritó Camila mientras lograba atajar un jarrón que estaba apunto de
caerse. -¿Cuántas veces tengo que decirte que no corras en la casa?
-¿Y cuántas veces
tengo que repetirte yo, mujer, que no sabes educar a tu hijo? – dijo Max con un
tono repulsivo. –Ese niño es un mocoso malcriado.
¿Cuántas veces Camila
se había maldecido a si misma por seguir con su vida? ¿Cuántas veces se había
arrepentido y había deseado mandar a Max al diablo? Miles, pero no podía
hacerlo.
Cuando Jay se fue,
ella estaba débil, asustada y sobre todo sola. La poca relación que tenía con
su suegra era áspera y tensa y sus padres habían fallecido cuando tenía solo 10
años. Luego de un mes entero – en el cual no salía, no comía y con suerte si
bebía, todo a causa de la depresión – decidió que era tiempo de buscar un
trabajo. Allí fue cuando llegó al estudio de abogacía de Max George, su actual
esposo.
Max era un hombre
atractivo, de estatura media y unos ojos que dejaba a Camila sin aliento. Era
encantador… hasta que llegabas a conocerlo realmente. Luego de dos años de
noviazgo, se casaron por Iglesia en una bella playa de Hawaii. Era graciosa la diferencia
abismal que había entre ambas bodas. La del Sr. George había sido ostentosa,
para más de 200 invitados, y la pequeña boda que había tenido con Jay había
sido en una antigua capilla en su barrio natal. La simpleza de Jay siempre la
había encantado.
Lo que más dolía en
el pecho de Camila era la indiferencia, o hasta resentimiento que Max sentía
por Michael. Al ser tan pequeño cuando Jay se fue, Mike había comenzado a
llamar Papá a Max, cosa que él detestaba. Con el simple hecho de escuchar esa
palabra, su cara cambiaba radicalmente pasando de una sonrisa – las cuales
también cautivaban a Camila – a una mueca de asco. Jamás pudo comprender por
qué, en los 4 años de casados que llevaban, él nunca pudo aceptar con cariño
este apodo que le daba su “hijastro”.
En lo que respecta
al mundo laboral de su marido, Camila solo participaba en las reuniones. Iba a
allí y tenía que procurar sonreír todo el tiempo para lucir como la esposa
modelo del esposo modelo que era Max, jefe de un importante estudio de
abogados.
- Sonríe –le pidió
Max a Camila cuando tomaban la foto. Ella solo fingió una mueca –que no llegaba
a ser una sonrisa– para complacerlo –Buena chica – le dijo y le propinó un
delicado beso en la boca – Cuando volvamos a casa quizás pueda recompensarte.
La idea de la recompensa
no le agradaba como él creía que lo hacía. En realidad, durante los 6 años que
llevaban juntos, ella nunca había alcanzado el orgasmo. Acostumbrada al suave
tacto de Jay, nunca pudo asimilar la manera brusca que tenía Max al momento de
estar juntos, y esa era otra de las tantas cosas que no le permitían ser feliz.
Eran las 3:30 am
cuando llegaron a la casa y se encontraron con la tierna escena de Mike
durmiendo sobre el regazo de su abuela, la madre de Jay.
Luego de despedirla
y agradecerle, Camila tomó al pequeño en brazos y lo colocó en su cama. Acarició
sus diminutos rulos castaños y contorneó con la yema de su dedo la forma
respingada de su nariz. Le recordaba tanto a Jay. Incluso tenía movimientos
similares a su padre, lo cual era extraño porque nunca lo había visto moverse.
Es decir, lo había hecho pero debía ser demasiado chico como para recordarlo.
- ¿Terminaste de
recostar al niño? –preguntó Max mientras se quitaba la camisa mostrando sus
marcados abdominales.
- Sí, terminé de
recostar a Mike –dijo resaltando la última palabra. No podía soportar que le
dijera ‘el niño, el mocoso’
Camila se acercó
lentamente a Max, que estaba de espaldas y le dejó un par de besos en el
omóplato izquierdo.
- Entonces, Sr.
George, usted había dicho algo sobre una recompensa… -Max sonrió y se dio vuelta
tomándola por la cintura y acercándola a él.
- Pensé que estarías
muy cansada – los labios de su marido recorrían cada centímetro de su cuello. –
Supongo que me confundí.
Y así pasó la noche,
con él, sintiéndose vacía durante todas las horas restantes. Hecha
un ovillo al lado de un hombre que luego del sexo, la dejaba aislada en el filo de la
cama y ni siquiera la abrazaba.
- Buenos días – dijo
él al día siguiente.
- ¿Qué tal? –
respondió ella dándole un pequeño beso en los labios, entregándole su café y su
periódico, y empezando de vuelta con la infeliz rutina.