El resto de
la semana fue condenadamente extraño. Max se comportaba como si jamás hubiera
sido el asqueroso ser humano que venía siendo desde hace unos largos años, por
lo tanto mi cerebro se venía preparando para lo que probablemente sería la tercera
guerra mundial. Cuando la relación iba bien, algo malo debía pasar, obviamente.
Me senté
silenciosamente en el sillón de la sala y esperé intranquila a Max. Él mismo se
había ofrecido a llevar a Mike a la casa de un amigo, y cuando regresó levantó
una ceja al verme tan estresada sentada frente a él.
- ¿Qué es lo
que pasa? – preguntó dudoso. Tragué saliva y con los nervios a flor de piel, le
contesté.
- Tenemos que
hablar, Maximilian.
- Esto no
puede ser bueno – comentó sin saber cuán correcta era su afirmación. Tomó
asiento a mi lado y se dispuso a escucharme.
Mi corazón
latía tan fuerte que podría jurar que se escuchaba a lo lejos. Tenía miedo, no
estaba muy segura de qué. Max se rascó el brazo en señal de incomodidad y
comprendí que me había quedado unos 2 minutos mirándolo a los ojos, buscando
maneras de llegar al punto de la conversación sin dar demasiadas vueltas, pero
sin ser demasiado brusca.
No podía
sentarme y decirle sin más ‘’ ¿Qué bicho te picó? Deberías estar siendo un
cruel cerdo y en cambio me estas tratando como una princesa. ’’ Me tomó otros
20 segundos hallar las palabras indicadas.
Ni bien lo hice, las expulsé de
mi boca como si las hubiera estudiado
por horas.
- Necesito
que hablemos porque aquí hay algo extraño. ¿Desde cuándo eres tan… demostrativo
conmigo? No lo comprendo, realmente. Desde el domingo pasado estas… no lo sé,
bastante adorable. Y realmente muero por saber qué ocurre. – él se quedó un
instante analizando mis palabras y luego se echó a reír. Era una carcajada
honesta, no hallé en ella ni una pizca de sarcasmo.
- Max, yo…
- Tranquila,
no necesito que te expliques. Simplemente se siente raro. Es decir, tú y yo…
todo lo nuestro fue a causa de su partida. Puede que sea extraño pero realmente
comienza a preocuparme.
- ¿Qué cosa
comienza a preocuparte? ¿Puedes ser claro por favor? – sentía que iba a gritar,
o a llorar, o quizás hacer ambas cosas a
la vez a un volumen extremadamente alto.
- Su regreso,
Camila, Dios. ¿Sabes? Uno de mis mayores defectos es dar las cosas por sentado.
Siempre supe que no te irías de mi lado hiciera lo que hiciera. Simplemente te
quedarías aquí, conmigo. No sé si por amor o porque te doy una casa y comida
para alimentar a Mike, pero sea cual sea la razón, sabía que no te irías. Ahora
que Jay ha vuelto, las cosas son diferentes. Me preocupa perderte, Cam. Lo digo
en serio. – Eso me había tomado
totalmente desprevenida. ¿Acaso había enloquecido? ¿Desde cuándo le importaba?
- Tienes que
estar bromeando – le contesté firme, y
sin dudarlo me levanté de su lado.
Corrí hacia
el cuarto de arriba en busca de mi bolso. Coloqué las llaves, el celular y algo
de dinero dentro, lo cerré y bajé las escaleras en dirección a la puerta, sin
siquiera mirarlo.
Tanta hipocresía
me ponía enferma. ¡Jamás le había importado y ahora, que Jay había vuelto, buscaba
colocarse él en posición de víctima, él como el pobre marido abandonado! Me
daba asco.
Cuando quise
girar el picaporte, el cuerpo de Max se colocó frete a la puerta, impidiéndome el
paso. Sus ojos claros como el mar se clavaron sobre los míos, buscando algo.
Una pizca de remordimiento, imagino yo.
Pero lo que menos sentía en ese exacto lugar, en ese exacto minuto, era
pena por él.
- Quítate. –
ordené.
- Ayelen – me
llamo por mi segundo nombre, en tono de advertencia.
- Solo voy a
salir a tomar algo de aire, no es que pueda escapar de tus mentiras tan fácilmente
– le espeté y con un brusco movimiento, logré que saliera de su lugar, dándome paso
a mi libertad.
Eran las 4 de
la tarde cuando comenzó a llover, atrapándome en un pequeño café del centro de
Londres en donde me había instalado.
Mientras esperaba a la mesera, tomé mi celular del interior de mi
cartera y me encontré con 10 llamadas perdidas de Max y un mensaje de texto.
Nuevo mensaje de Max:
Tenemos que hablar de esto. En algún
momento tendrás que regresar a casa.
Eso no iba a
pasar, o por lo menos no pasaría pronto. Tenía hasta las 7:30 pm para ir a
buscar a Mike. Luego de eso recién volvería a casa. Si me siento de humor, quizás
hable con él.
No sabía qué me
molestaba más, si la gran actuación de esposo herido de Max, o que aquella triste
actuación hubiera logrado preocuparme. Era ilógico que me sintiera culpable por
ese hombre, pero no podía evitarlo. Max me había ayudado cuando peor me
encontraba y, por más de que sus errores eran mayores que sus aciertos, no
podía negar que sin él, probablemente estaría mendigando en la calle. No
hubiera podido salir de esa depresión tan profunda en la que había entrado
luego de la pérdida de Jay.
Era gracioso
lo que sentía cuando estaba cerca de aquel hombre. Sus rulos, sus ojos, su
perfume, todo de él me hacía sentir como de cabeza. Mi intelecto disminuye
cuando él está alrededor. Era algo que jamás había logrado controlar, me sentía
así con él, y era maravilloso. Un sentimiento jodidamente perfecto.
¿No dicen
acaso que el amor nos pone idiotas? Si esa frase era cierta, entonces aún después
de siete años de ausencia, yo seguía perdidamente enamorada de Jay McGuiness, y
no me arrepentía de nada.
- ¿Puedo
sentarme aquí o… esperas a alguien? – preguntó una dulce pero masculina voz.
Automáticamente giré mi cabeza en dirección a esa voz y me encontré con unos
ojos azules mirándome fijamente, con una sonrisa en sus labios, rojos y
preciosos. ¡Cómo extrañaba esos labios! - ¿Hola? – volvió a preguntar
atrayéndome a la realidad y mis mejillas se tornaron rojas.
- No, c-
claro, siéntate – tartamudeé torpemente. La mesera me acercó mi te, finalmente,
y él ordenó lo mismo.
- Vaya sorpresa
encontrarte aquí. Pensé que habías dejado de venir luego de… bueno, ya sabes –
le sonreí.
- Uno de mis
mejores recuerdos ocurrió en este lugar, James. Nunca dejé de venir, tampoco planeo
hacerlo – se mordió el labio inferior y yo lancé un suspiro al aire. ¿Alguna
vez dejaría de amarlo tanto?
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